domingo, 27 de noviembre de 2011

La oficina. Segundo y último acto.

Después de una semana trabajando en la empresa me encontraba bastante seguro de mí mismo. Mi volumen de ventas, aunque muy bajo, continuaba en  imparable  ascenso desde mi primer día y ya me había hecho con la simpatía de mis compañeros. Lo cierto es que a pesar de ser un trabajo repetitivo y tedioso al tiempo que urgente y bajo presión (interesante combinación), me encontraba a gusto. Todo era agradable salvo el trabajo en sí, pero las condiciones "ambientales" lo hacían llevadero y a veces hasta divertido.
Había pasado ya una semana, y en ese tiempo me había dado tiempo a observar ya dos cambios drásticos en la forma de producir y vender, así que ya me iba haciendo una idea de que las cosas por allí no eran muy estables. Eso le añadía un puntito picante al día a día, de forma que aunque todo era repetitivo, al final  se repetían cosas distintas cada poco tiempo.

Sentado en mi cubículo de frente a mi ordenador, delante la simpática Vicky, que había debutado en el trabajo a la vez que yo, a mi lado Lucía, la treintaymuchos que luchaba contra la edad enseñando más de lo que uno se atreve a mirar y el resto me quedaban más hacia la izquierda. Aparece la dama de hierro, nuestra supervisora, que da miedo, pero que mucho miedo. Eso sí, cuando sonríe su cara se transforma en pura dulzura. Nos dice que vayamos a la sala de reuniones. -¡Otro cambio!.- Pienso yo divertido.
En la sala nos cuentan que ha habido varios problemas con las ventas que no se hacen de forma honesta. Eso me ayudaba a explicarme por qué mis compañeros me superaban tanto en ventas. Tras una larga discusión en que la mayoría intentan que se sigan permitiendo los engaños y las supervisoras con la mía al frente luchan para hacernos entender que así no se puede; volvemos a nuestros puestos a batirnos el cobre con clientes que poco quieren saber de nosotros. La tarde se hace larga y yo, mirando mis estadísticas de ventas publicadas junto a las del resto y escandalosamente pobres, empiezo a imaginarme que no me queda mucho tiempo allí.

Al día siguiene me despierta una llamada de la supervisora de mi supervisora. Ya se habrán dado cuenta de que allí hay supervisoras por doquier. Esta me cita en el edificio a una hora anormal sin darme más explicaciones y con un evidente tono de desprecio en la voz.
Allí me presento, un tanto nervioso y algo tarde. Me pide que la acompañe al edificio principal, que está al lado de mi oficina. Por el camino me explica que me van a despedir. El por qué es un mecánico discurso preparado de antemano y harto repetido, como si fuese el argumentario de las ventas. El motivo es mi volumen de ventas, mi escaso volumen de ventas. Me lo repite tantas veces que sólo consigue que me pregunte si es ese el verdadero motivo.
Ya en el edificio y tras, no se lo pierdan, hacerme esperar en la misma sala donde me entrevistaron varios (muchos) minutos, aparece la rubia que me entrevistó hace apenas dos semanas con los papeles para que firme y juntas me vuelven a repetir todos los motivos por los que me despiden. Al acabar me piden que espere otra vez y se dedican a hablar de sus cosas. Luego me acompaña otra vez a la que era mi oficina a recoger mis cosas y me despido de todos de forma breve, las ventas mandan.
Mi supervisora, la dama de hierro, se levanta con cara de compasión y tristeza, casi me dan ganas de darle un abrazo. Me dice que ha intentado salvarme el puesto y trasladarme a otro departamento, al final acabo consolándola y noto un extraño rubor en su cara. Dudo si será la mentira o el calor que siempre hace en esa oficina.
Hechas las pertinentes despedidas me voy. Al cerrarse la puerta sólo pienso en las muchas explicaciones que voy a tener que dar. Bajando por la calle me encuentro con un amigo. Él también acaba de perder su trabajo. Nos vamos a tomar un café.

1 comentario:

  1. Era bonito pensar en algo sobre lo que escribir cada semana. Obviamente mi promesa abarcaba sólo hasta mi despido. Queda extinguida y cumplida.
    Hasta la próxima entrevista.

    ResponderEliminar