miércoles, 17 de octubre de 2012

Toma entre tus manos una emoción y amásala con ansiedad, con furia, con despecho y descaro. Hazla tuya y ajena como si quisieras absorberla a través de los poros de la piel.

Y cuando ya la hayas comprendido, amado, odiado, tírala fuerte contra la pared a ver si deja una silueta bonita estampada a modo de lección filosófica, pero sin palabrerías vanas.

Puedes lamer los restos si te place, darle la espalda, fotografiarla, quizá tratar de recuperarla con la espátula del arrepentimiento, ¡qué se yo!. Vive.

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