martes, 11 de septiembre de 2012

De una quemadura a otra.

Era sábado 1 de Septiembre, empezaban las fiestas de Valladolid y yo acababa de salir del Piccolo a eso de las 5:00 am. Iba a mi casa a dormir un poco, porque en apenas tres horas tenía que levantarme. Ya me pesaban las fuerzas y todo acababa de empezar.

Al levantarme traté de echarle optimismo al asunto y me presenté puntual en la nave de los hinchables. Sí, esa empresa que de vez en cuando me emplea cargando y montando las atracciones hinchables para luego controlar y hacer de "monitor" con los niños mientras dura lo que llamamos "parque" hasta que termina, desmontamos, cargamos y volvemos a la nave a descargar.

Como digo me presenté allí. Cargué el camión y después una furgoneta Con ella me fuí hasta Fombellida, que hasta el momento ha sido mi mejor parque. Mientras montábamos quise divertirme tirándome por un tobogán haciendo una voltereta y caí de forma que me quemé todo el codo izquierdo. Al volver a la nave, Jorge, un compañero me llevó hasta el Piccolo, el cual por el pregón de las fiestas, estaba abarrotado de gente. Llegué a casa a las tantas de la mañana a casa (no recuerdo la hora) y dormí hasta las 17:00.

Ese día  (Domingo 2) recibí una llamada del hombre de los hinchables, iba a trabajar toda la semana en Portugalete como monitor de 11:30 a 14:00 y de 17:00 a 21:30. Pensé que sería demasiado duro trabajar tantas horas, contando con que en el Piccolo trabajaba de 22:00 a ? (en total una media de 14 horas al día), durmiendo unas cuatro horas de media. -¡Pero sólo es una semana! -Me dije. Y acepté.

Y así fue transcurriendo la semana. En el hinchable estaba bastante bien, a gusto, obviando el cansancio aquello era divertido e incluso agradable. Pero llegar al Piccolo por la noche era casi un castigo. Aquello estaba siempre abarrotado y los medios eran los mismos o aún menos si cabe que durante el año, exceptuando que en lugar de estar yo solo estában otras dos chicas. Se sucedían los problemas y las malas caras y una idea iba tomando forma en mi cabeza: que todo aquello ya no tenía sentido.

Hasta que el Jueves 6 los problemas empezaron a solaparse. El día anterior había desaparecido la mitad de la caja que mi jefe estimaba que tenía que haber en la baguetería, (o quizá ese dinero nunca existió), el caso es que me culpaban a mí, en otras palabras: me estaban llamando ladrón. Además se unía el hecho de que yo no podía sostenerme en pie y una de las chicas se fue antes de tiempo por cosas personales. Durante la noche el hijo del jefe, el cual jamás ha hecho otra cosa que molestar en la tienda apareció y me dijo que me estaba haciendo un vago, porque no había hecho más bocadillos. (Cabe destacar que no había materias primas con los que hacerlos). Para terminar de rematarlo unos chicos irrumpieron cando estábamos terminando a gritos y llamando fascista a mi jefe, lo cual, aunque sea cierto, resultaba particularmente molesto. Así que hice lo que tenía que hacer, que era echarles, lo intenté pacíficamente y luego por la fuerza, y aunque la cosa se quedó en eso, al cerrar, mientras limpiábamos se escuchaban gritos fuera: -¡Fascistas! ¡Hijos de puta! -.

Aquello ya era demasiado. Mi decisión estaba tomada.

A la mañana siguiente me quedé dormido. No me presenté en los hinchables con la consiguiente vergüenza y descuento de sueldo. Mientras comía leí algo que había escrito la noche anterior antes de meterme en la cama. Era una especie de declaración de intenciones sobre lo poco que me aportaba el piccolo...
Así que me vestí, fui hasta el Piccolo y le di las llaves al jefe acompañadas de un "No puedo más" y me fui a Portugalete a seguir trabajando.

Esa noche, como ya no tenía que presentarme en la bocatería me fui con los amigos a tomar una copa. De la emoción perdí el control de las copas que llevaba tomadas, y a mitad de la noche me presenté en la baguetería para  saludar y dar explicaciones a las chicas que fueron quienes de verdad sufrieron el hecho de que yo me hubiera marchado. Con la borrachera no me di cuenta de que me estaba apoyando en el horno, así que me llevé un característico e irónico recuerdo de allí como colofón final a dos años de quemaduras semanales:
Una enorme quemadura en el antebrazo derecho.

Y así acaba la historia de esta semana de fiestas de Valladolid que ha sido para mí decisiva, ya que ahora que ha terminado estoy otra vez sin trabajo. Pero no me siento apenado, cada día que pasa estoy más seguro de que tomé la decisión correcta y no me arrepiento en absoluto.
Hay algunas opciones a corto plazo y otras nuevas a largo plazo. Todo empieza a cobrar un nuevo sentido...


1 comentario:

  1. Espero que, con esto, no tenga que volver a dar explicaciones sobre por qué lo he hecho.

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