domingo, 12 de febrero de 2012

Nunca estarás solo.

Es como una vejez anticipada, esporádica y eventual. Un no se qué que te va llenando poco a poco y se lleva tu esperanza, tu cobijo y tu energía. Ya poco puedes hacer, sino reservarte a ti mismo, lo poco que queda, dentro de un pequeño frasquito y dejarte llevar por esa música triste que acabas de hacer sonar. Cierras los ojos y te dejas llevar porque realmente esa sensación te gusta. Es realmente de las poquitas veces en que algo es auténtico. Sabes que nadie puede arrebatártelo, que existe, que casi puedes tocarlo y está en ti y nadie más. Es triste, pero reconforta.
Entonces miras por la ventana. Ya no está aquella vista que tanto añoras, pero aún puedes ver la luna reflejada en los cristales vecinos. Aún puedes escontrar belleza escondida en el óxido de esos hierros acumulados inexplicablemente en una terraza y sonreír cuando descubres a un niño jugando con un  perro. En realidad no hay nada que temer.
Aquí dentro sigue sonando incansable el pequeño aparato que logra calentar un poquito la estancia, como un mantra que te eleva poco a poco hacia un extraño nirvana que se alimenta de sí mismo. Y los cigarros se acumulan en el colillero lleno de canciones, sudores y sensaciones. En realidad no está tan mal.

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